El domingo pasado, corrí la carrera de Fiestas Mayas, que se la considera una “clásica” acá. Fue el 34º evento anual de esta carrera, con aproximadamente 5000 corredores que corrieron la 10k o la 3k, que también era posible. Llamo a este tipo de carreras, carreras “obvio” – cuando le pregunto a alguien si va a correrla, la respuesta siempre es “obvio”. Había un montón de corredores, espectadores, y por lo que parece, la misma cantidad de fotógrafos y gente filmando la carrera, lo cual la hace más emocionante. (Si alguna persona está considerando viajar a Buenos Aires para hacer unas “vacaciones de correr”, esta carrera sería una de mis primeras recomendaciones.)
Personalmente, me sentía un poquito nerviosa antes de la carrera. Había tenido anemia el año pasado, y estuve trabajando con el medico para mejorar eso. No corría una 10k, o, en realidad, ninguna carrera salvo una media maratón un par de semanas atrás, desde noviembre del año pasado. Pedí estar en la categoría de elite en la carrera, basada en mi tiempo de la media maratón que recientemente había corrido, para tener una mejor posición en la largada, pero no estaba segura de en cuánto era capaz de hacerla. Así que estaba esperando no pasar vergüenza. Decidí prepararme lo mejor posible y esperar que pase lo mejor.
La mañana de la carrera llegó e hice todas las cosas necesarias para acercarme a la línea de salida: me levanté temprano, me hidraté, desayuné, me puse Vasolina en todos los lugares correctos (¡e incluso, más!), hice todas las visitas “por si acaso” al baño, que siempre parece acompañar a una carrera. Tomé un colectivo y bajé cerca de la carrera, y después troté hacía la línea de la salida como una parte de mi entrada en calor. Para cuando llegué ahí, me estaba sintiendo bárbara; tenía la sensación de que algo bueno iba a pasar, pero no estaba segura qué.
Corrí algunas pasadas para mantener mi cuerpo con calor, y cuando se hizo la hora, me puse en fila con todos y esperé la cuenta regresiva para empezar la carrera. Después de que el público gritó “10, 9, 8,….hasta el 1”, salimos.
En mi caso tuve una carrera fabulosa; me sentí muy bien casi todo el tiempo y hubo también algunas cosas que me cayeron del cielo que me ayudaron tremendamente. Mis preparaciones para la carrera fueron muy provechosas para mí en general y por eso me sentía como si mis piernas estuvieran fresquitas. Buena parte de la carrera, tuve otros corredores que corrieron a mi ritmo alrededor mío y esto me ayudó a mantener una marcha uniforme. Pero, probablemente el único y más importante factor que me ayudó cuando lo necesitaba fue, justo al lado de mí, dos hombres que estaban corriendo juntos: un hombre era ciego y el otro actuaba como sus “ojos”. Cuando sentía que no tenía bastante fuerza para correr, los miré a ellos y pensé en el esfuerzo que el corredor ciego estaría haciendo para correr a mí mismo ritmo. No podía darme por vencida.
Terminé la carrera con un tiempo de 38:50, agotada, cansada, pero también extremadamente feliz porque había superado mi mejor tiempo pasado.
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